Michela Murgia
Ediciones Salamandra
ISBN: 978-84-9838-377-5
Si no queréis sentir no la leáis, si no queréis pensar tampoco lo hagáis, si no deseáis "sufrir" una historia de amor por el ser humano, conmovedora, compasiva y sin gestos para la galería, tampoco os la recomiendo, en cambio si queréis que vuestras mentes piensen en algo tan humano y por lo que pasaremos todos como es el final del camino, pues leerla, disfrutarla, exprimirla y "sufrirla".
Mi Baltasar particular me la trajo este año con la esperanza de que como era una novela "rara" de las que a mi me gustan pues la disfrutaría y no sabe cuanto acertó y no me refiero a lo raro, más bien a lo maravillosa historia que he leído, no entiendo como no es un récord de ventas, aunque sospecho que no lo es por su temática pero el no no la lea, pues pero para él. Es más comparada con la última de Francesco Pazifico, me ha congraciado de nuevo con los autores italianos.
En los años cincuenta en la bella isla de Cerdeña una viuda adopta mediante un ascentral vínculo propio de la isla a una pequeña, María Listru, a la que dará casa, oficio y una oportunidad. Esa adopción llamada adopción del alma no la hace romper con su familia de sangre, algo que puede sorprender pero que recuerda a las chicas llegadas de los pueblos para servir en casas de familiares de la capital en los tiempos de nuestra postguerra; la vida de María junto a Bonaria Urrai -la viuda- transcurre con la normalidad típica de las zonas rurales con la salvedad de cierta actividad que realiza Bonaria y de la que no es consciente la pequeña porque Bonaria, es modista además de la acabadora de Soreni, pero no acabador en el sentido estricto de la palabra y si os animáis a leerla entenderéis mejor a esta mujer y la veréis con mejores y más bondadosos ojos.
El debate que puede plantear la novela puede revolver la conciencia de los más católicos y recalcitrantes "impositores", porque hay más amor y aprecio por la vida de lo que que a simple vista se aprecia y todo ellos aderezado de chales y vestidos de luto negro tan típicos de las zonas rurales, esos lugares donde se mezclan la religión oficial y las costumbres ancestrales de los pueblos.
Si sois capaces de leerla sin sentiros turbados es que sois un trozo de madera y aunque los trozos de madera también tienen derecho a la existencia, quizás su destino sea mejor la de dar calor en una hoguera que la de darnos clases de moral y lo digo pensando en el mismo cura de la novela, y eso que es un ser que o quita ni pone sueño.
Al final de la obra tenéis un pequeño glosario que ayuda a conocer ciertos dulces o viandas típicas de Cerdeña, en especial esas que se emplean en los velatorios.
A mi me tiemblan las canillas aún y mis locas neuronas andan a la gresca poniéndose en la posición de María, observar que la palabra eutanasia no aparece en toda la obra, ni una sola vez y otro detalle importante, ver el día que se cabrea Bonaria cuando la citan para el final del camino a un vecino que de ninguna manera lo quiere ni lo busca. No hay circunloquios, ni palabras rimbombantes o altisonantes pues Murgia no las necesita para escribir una novela tan maravillosa y creo que provocadora, sus diálogos son cortos pero precisos y muchas acciones se llenan de unos silencios atronadores que no precisan de nada más.
Y no os cuento más, pero atención a mi aviso del principio de la entrada.
Ah, fue galardonada por el premio Campiello del 2010, pero ya sabéis que a mi los premios no me dicen nada.